Mujeres impresoras, las musas olvidadas

Mujeres impresoras, las musas olvidadas

Mujeres que se pusieron al frente de un taller tipográfico, musas olvidadas por la historia que no tuvieron miedo a desempeñar un trabajo eminentemente masculino entre los siglos XVI y XVIII.

A lo largo de la historia el papel de la mujer ha estado, en la mayor parte de las ocasiones, relegado a un segundo plano. Tanto es así, que en muchos casos se ha llegado a olvidar su trabajo y se la ha colocado en el imaginario siempre dentro de la cocina o atendiendo a sus hijos. Sin embargo, muchas mujeres tuvieron que salir adelante trabajando para sus familias o poniéndose al frente del negocio en caso de enviudar.

Ana de la Fuente, periodista e historiadora, decidió investigar acerca de las llamadas musas de la imprenta, mujeres que entre el siglo XVI y el siglo XVIII se dedicaron a imprimir y que desgraciadamente han sido olvidadas por la historia. Su trabajo ha desembocado en la creación de un curso que ha impartido en la Universidad de Burgos y que ha mostrado a sus alumnos cómo estas mujeres no solamente se dedicaron a trabajar los tipos móviles como ayudantes, sino que en algunas ocasiones se ponían al frente de las imprentas como directoras de pleno derecho.

Para ponernos en contexto tenemos que entender que en aquella época el analfabetismo estaba muy generalizado, ni siquiera la aristocracia tenía una formación destacable, muchos de ellos sólo sabían leer, por lo que los trabajadores tenían el acceso a la cultura extremadamente limitado. Si a eso le sumamos que las mujeres aún tenían más dificultades, podemos entender que las impresoras no solo eran un grupo pequeño sino que además eran casos excepcionales pero con un importante papel en la historia ya que sin su trabajo, muchos libros no habrían sido imprimidos. En el diccionario de Juan Delgado se contabilizan entre los siglos XV y XVII un total de 100 talleres a manos de mujeres.

Así pues, estas mujeres impresoras tuvieron que ponerse al frente de talleres de impresión, habiendo aprendido el oficio de sus maridos o padres en muchos casos, incluso desarrollando tipos móviles mucho mejores que los que habían desarrollado sus propios antecesores en el trabajo. Si bien es verdad que no se les caían los anillos muchas de ellas, durante el siglo XVI, intentaban volver a casarse con impresores y así, poder refugiarse tras una figura masculina.

Y, ¿por qué se les da el nombre de musas? Pues bien, fue el poeta francés Jacques Grevin quien en uno de sus libros, en 1610 representó la tipografía con una figura de mujer. De este modo quedó iconográficamente representada la imprenta con una imagen femenina.